Uno de las nociones que solemos aprender en Matemáticas cuando comenzamos la etapa de Educación Secundaria (y que suele coincidir con la introducción al álgebra) es la de cambiar el signo de multiplicar en forma de aspa (x) por un punto (·). Esto es algo muy lógico, ya que en álgebra la letra x de incógnita se puede confundir con el operador x.
Lo cierto es que las multiplicaciones se ha ido representando a lo largo de la historia de muchas maneras distintas. Se podría decir que cada cultura tenía su forma particular de expresar las multiplicaciones, como por ejemplo, colocando un espacio en blanco entre los números.
En el año 1631, el matemático inglés William Oughtred introdujo el signo x con forma de aspa para indicar las multiplicaciones, en honor a la Cruz de San Andrés. Esto evitaba la confusión de que el espacio en blanco fuese en realidad una separación natural entre números y no una operación. A este clérigo anglicano también le debemos las abreviaturas sin para la función del seno y cos para la función del coseno. Ampliamente usadas a día de hoy en las calculadoras científicas. Volviendo a la multiplicación, cuando se hacía álgebra con este signo, teníamos una confusión de entender si la x hacía referencia a la incógnita o al signo matemático del que estamos hablando.
Este problema se solventó rápidamente en el año 1689, cuando el matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz propuso el signo ·, reservando la x para la incógnita. Pero entonces, ¿qué símbolo tendremos que usar? ¿cuál es el más adecuado? En honor a estas dos valiosas aportaciones, se aceptan los dos símbolos para indicar multiplicaciones. En esencia, se reconoce que es un símbolo no es mejor que el otro. Normalmente, en aritmética usamos el signo propuesto por Oughtred (x), mientras que en álgebra empleamos el de Leibniz (·).
Jacob Sierra Díaz y Altair
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