AD ASTRA

lunes, 4 de enero de 2016

COLMILLO BLANCO

Después se sentó y empezó a observar el lugar en el que se encontraba con la misma atención que prestaría el primer hombre que llegase a Marte. El lobezno había atravesado el muro que le separaba del mundo; lo desconocido le había soltado y se encontraba ahí sin sentirse herido. Pero el primer terrícola que llegase a Marte se sentiría menos extrañado que el lobezno. Sin ningún conocimiento previo, sin ninguna advertencia acerca de su existencia, se encontraba explorando un mundo enteramente nuevo.

Ahora que había escapado de las garras de lo desconocido, se olvidó que encerraba peligros. Se sentía poseído tan sólo por la curiosidad acerca de lo que le rodeaba. Husmeó la hierba, las plantas que crecían un poco más allá, el tronco semidestruido del pino que se encontraba en el límite de un espacio abierto entre los árboles.  Una ardilla que correteaba por el pie del árbol cayó sobre él. Se subió al árbol y desde aquel punto seguro insultó ferozmente al lobezno.

Esto contribuyó a elevar su moral, y aunque su próximo encuentro, un pájaro carpintero, le dio otro susto, prosiguió confiadamente su camino. Tal era su confianza, que cuando un nuevo pájaro chocó audazmente con él, el lobezno extendió una pata a echarse a tierra y a gritar. El ruido fue tan intenso que el pájaro, asustado, decidió poner tierra por medio, echando a volar.`

Pero el lobezno aprendía. Su mente nebulosa había establecido ya una clasificación. Existían cosas vivientes y otras que no lo eran. Además, era necesario cuidarse de las primeras. Las cosas inanimadas permanecían siempre en el mismo lugar, pero las vivientes se movían y nunca se tenía la seguridad de lo que harían. Siempre ha de esperarse de ellas lo inesperado, para lo cual se ha de estar siempre en guardia.

Se movía de una manera muy torpe. Caía sobre los arbustos y sobre las cosas. Una rama, que él se imaginaba que se encontraba muy lejos, le golpeó en el momento menos pensado, dándole en el hocico o azotándole las costillas. La superficie distaba de ser uniforme. Muchas veces se equivocaba y se caía hacia adelante sobre la nariz, o sus patas se enredaban en los obstáculos. Había guijarros que giraban bajo sus pies cuando los pisaba. Así vino a aprender que no todas las cosas que carecían de vida se encontraban en el mismo estado de equilibrio estable como la cueva, y que las cosas inertes de pequeñas dimensiones eran más propensas que las grandes a caer o a dar vueltas. Aprendía con cada fracaso. Cuanto más caminaba, tanto mejor lo hacía. Empezaba a acomodarse a sí mismo, a calcular sus propios movimientos musculares, a apreciar la distancia mutua entre los objetos y entre éstos y él mismo.


COLMILLO BLANCO. Jack London
  
 

BIBLIOGRAFÍA (ISO 690)
CAOS, Patri. Lobezno gris [Imagen JPG]. España: El magazine más retro de la reb.


LONDON, Jack. Colmillo Blanco. Novo Cerro, José (trad.). Madrid: Espasa Calpe, 2003. 283p. Grandes Clásicos Universales.


Jacob Sierra Díaz

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